sábado, 11 de septiembre de 2010

en un día cualquiera

Un incidente la orilló a alejarse del mundo que siempre había soñado.
Atrapada en una telaraña de la cual nunca pudo escapar.
A sus escasos 14 años supo el valor de un corazón roto.
No el propio, pero si el suyo.
Frente a ella vio morir al amor de su corta vida.
En sus brazos sintió el paso de un calido cuerpo al frío espeluznante de produce la muerte.
En ese momento su corazón se enfrió.
Del otro lado del teléfono una voz angustiada le daba una mala noticia.
Sin saber como actuar y en shock hizo lo que creyó prudente.
Una maleta con pocas cosas.
Evito poner el negro porque no quería ser ave de mal agüero.
Un viaje largo, el más duro de todos los que hasta entonces había hecho.
Todo era tan confuso.
Llegó al pueblo que jamás había pisado.
No era donde ella había estado antes.
Aquel lugar nunca fue de ninguna forma tan sofocante.
El dolor se respiraba en el aire.
Y no había el suficiente oxígeno para respirar.
Alguien se había llevado eso.
Horas que no tenían forma.
Momentos que no eran apreciables.
Sintió como dejaba, poco y poco, a ser aquella que siempre había sido.
Parteaguas de una niñez enterrada.
Despojada de sonrisa alguna.
Aun en ese momento, viendo el desastre que se presentaba ante sus ojos, no entendía lo que había pasado.
Ya no se distinguían caminos por recorrer.
Todo sentido estaba desaparecido.
Habían sido robados.
Arrebatado por una ley que no aceptaba.
Voces que no podía distinguir en un idioma desconocido para ella.
Solo bocas que abrían y cerraban produciendo sonidos sin forma.
Y cuando el sueño la venció de esa pesadilla, se levantó para saber que no había despertado.
Tenía para entonces 27 años.
No se podría decir que se habían robado 13 años de su vida.
Ese tiempo no había sido vida.
Sin haber sentido entre el principio y el fin.
Vivía día a día el fin de todo.
La decadencia era normal.
Sin más verdad que la nada.

...yu...

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