sábado, 8 de agosto de 2009

Sopa de Berros

-¡No puedo entrar ahí una vez mas!- Su cabello despeinado estaba enredado y todo sobre su cara, ella no pasaba de los 7 años y su carácter era ya el de una persona con voluntad, no por nada era quien dirigía a todos. El aire era muy fresco para ser abril, las hojas de los árboles se aferraban y ninguna caía pese al aire tan fuerte, sólo se oía el quejar del golpe del viento en los árboles. – ¡No voy a entrar, entiéndanlo!- Su voz ahora era mas fuerte y aguda, todos la miraban atónita porque ella nunca antes se había rehusado a cumplir un reto, y era diferente ahora, su cara era mas pálida que de costumbre, no había color en su rostro y sus pecas parecían la pimienta que resalta en una sopa de berros.

La mañana era muy tranquila, la vida continuaba en aquella calle como cualquier otra, los carros se encendían ya porque era la hora de entrar a las escuelas, algunos padres mas desesperados que otros tocaban el claxon de sus autos, los niños corrían de un lado a otro y las madres salían siguiéndolos aun con el desayuno en los platos, llevando las mochilas y los refrigerios de los niños, y de vez en vez también la merienda del esposo. Palabras de despedida acompañadas de deseos porque en unos minutos ya en esa calle se coronaria de paz, de silencio y de puertas siendo tocadas por las vecinas que van a sentarse a compartir recetas, técnicas de seducción y una que otra lagrima por el marido que esa noche llegó en estado inconveniente.

Estaban las tres sentadas riendo a carcajadas por aquella mujer que había vivido un par de años junto a sus casas, hacia cuatro días se había mudado y lejos de extrañarla, ellas recordaban como siempre hacia cosas mal, o llegaba desesperada por una papa porque había puesto demasiada sal a la comida, o la preocupación del día era que no había agregado carne a la lasagna ni orégano a la salsa. Sabían que no pasaba día sin que ella les alegrara la mañana, tarde o noche con alguna ocurrencia, su vida era siempre estar siendo arreglada, reparada y parchada.

Esa era la vida en la calle, familias iban y familias venían, y hoy se reían de una y mañana sería de alguna de ellas mismas, así se vivía ahí porque sus esposos eran todos militares y sabían que no estarían toda la vida en el mismo lugar.

-¿Nunca entenderé que pasó realmente ese día?- La atención que todas ponían a la forma como lo platicaba era muy especial, su voz tenia la modulación adecuada para cada frase, siempre era lo mismo cuando ella hablaba, nadie como ella. –La seguimos a ver en verdad ese pavo- decía casi en un susurro- ¿era tan grande como nos había dicho? Pero llegamos y no había nada, el perro se lo había comido, nos reímos tanto a verlo con esos grandes y claros ojos y un poco de carne aun en el suelo, nos reímos tanto, y fue tanto que una grito finalmente ¡La Comida! nos hizo reaccionar, habíamos todas dejado la comida en el horno, o las cazuelas en la lumbre, a un solo grito todas corrimos y ese día la calle se llenó de humo, aun no entiendo que pasó y creo que nadie comió en casa, pareció un instante y no, habíamos estado riéndonos del bendito pavo por mas de 20 minutos y nadie se dio cuenta del tiempo- Al terminar de decir eso sonaron varios oh! en la sala y mas de una soltó una risa porque ella había estado ese día, pero la elegancia y el misterio con el que ella contaba las cosas mas simples era motivo del mas grande respeto, y aun mas porque todas sabían que ese día ella se había llevado la peor parte, pero aun en recuerdos, nadie se atrevía a evocarlos, nadie, mucho menos a pedir detalles de esa segunda parte de la historia.

-Siempre hay que saber decir si, no importa lo cansadas que estemos- Era la tarde de los consejos de cama, casualmente esos días eran a los que ninguna se perdía la reunión. Si se juntaban en las mañanas, alguien era la encargada de llevar las galletas para acompañar el te, pero en las tardes, la cuota de entrada era un pequeño bocadillo que iba desde las sencillas papas al horno a los tres quesos y espinacas hasta los canapés de variados rellenos como de pollo con risotto de setas o un buen pan de terciopelo rojo.

Y de nuevo nadie como ella para platicar consejos de cama, se rumoraba que tenia mas experiencia que en su propia cama, pero eso no importaba, todas memorizaban sus palabras y esas noches los esposos daban gracias a esas reuniones. –Nunca gritar de mas, siempre lo suficiente- Sabias palabras, se contaban mas cosas, nunca faltaba quien, al oír las platicas ya con tanto detalle, se excusaban para retirarse, y al cerrar la puerta las risas estallaban.

La calle, en la mañana, tarde o noche, siempre, siempre tenia, en alguna de las casas, risas, era la magia que daba esos días de abril, tan especiales que pasaban cada 20 años, con aires muy frescos para ser abril, donde las hojas de los árboles se aferraban y ninguna caía pese al aire tan fuerte, sólo se oía el quejar del golpe del viento en los árboles.

-¡No voy a entrar!- La voz de la niña era fuerte en esta ocasión, el color regreso a su cara y zafó su mano de aquel chico que la jalaba, no estaba dispuesta a entrar a esa casa, y no porque se dijera que estaba embrujada, sino porque ella ya había estado ahí antes, y se había hecho la promesa de jamás regresar, promesa que después no cumplió, era la casa que por mucho años había estado cerrada, la casa en la calle, aquella calle que empezaba apenas a ser habitada y tenia ya esa casa abandonada, una casa muy linda donde nadie imaginaria que en unos años habitaría una bella mujer, de cabellos largos y castaños, que sería el centro de atención de todos, del respeto de las mujeres, la mas querida ella, la admirada por todos los esposos, y quien una noche, sin razón alguna, sin explicación encontrada fuera atacada. La niña lo había visto como una pesadilla a través de un espejo de la habitación principal, un espejo que estaba ya roto y lleno de polvo, y quedó grabado en sus ojos, y lo que quedó grabado habría de vivirlo unos años después, cuando la vida la llevó a esa misma casa.

-¡Si!, es muy fácil de preparar, ustedes traigan los ingredientes y una tarde lo hacemos, con todo y la cama de ensalada verde y la pasta al curry con salsa de mango.- Se despidió esa tarde, desde la mesa de la cocina ellas la veían dirigirse a su casa, sobre esa silla a la que estaba condenada, tenia demasiadas cicatrices en su cuerpo, pero nadie veía todo eso, ellas solo recordaban la fuerza de sus palabras y esas características pecas en su rostro, como la pimienta que resalta en una sopa de berros. ...YU080809...

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